De cómo ser cocinera no es lo mismo que ser cocinero

De cómo ser cocinera no es lo mismo que ser cocinero

 

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Soy mujer y un día decidí ser cocinera. Tenía 17 años y llegué a esa decisión después de muchos vaivenes. En mi casa no sentó nada bien, la primera reacción fue la queja sobre no estudiar «nada serio»; la segunda, por ser mujer.

Debo decir que aparentemente las cosas van cambiando, aunque me da lástima escribir sobre algo que no debería ser destacable.

Mi abuelo y mi padre han trabajado toda la vida rodeados de cocineros y no sólo los cocineros de la nueva era, también los que ahora gusta llamar «los de la vieja escuela». Ninguno de los dos quería esa vida para mi.

Es un trabajo físicamente duro, rodeada de muchos hombres y no todos me iban a tratar con la delicadeza que esperaba mi familia.

Tradicionalmente la cocina ha estado ligada al trabajo físico, que supuestamente la mayor parte del sexo femenino no podría hacer. Cargar sacos, ollas, muchas horas de trabajo, calor extremo…
No quiero caer en estupideces, pero es cierto que a veces las mujeres somos más menudas o menos fuertes que algunos hombres, otras veces no. Yo ni soy pequeñita ni ligera.

Estudié practicamente lo mismo que Juan, nuestra formación fue a la vez y en los mismos lugares. Los trabajos que nos ofrecieron nunca fueron equiparables. Mientras él trabajaba «en las trincheras», mis primeros sueldos fueron haciendo pruebas de platos y traduciendo recetas. Que yo vea ahí una «discriminación» por sexo es una suposición mía.

Era como si él pudiera trabajar en todas las variables y yo no.

Quizás es una cuestión de carácter, es posible. Su implicación también era mayor que la mía, todo hay que decirlo. A lo largo de la vida quedan sin responder muchos porqués; preguntarme si fue por ser mujer a toro pasado, es poco útil, aunque no voy a negar que tengo mis sospechas.

La intimidación física en las cocinas es algo habitual, no os voy a contar nada nuevo si os digo que hay jefes que lo son a base de menospreciar a los que están más abajo en la jerarquía impuesta.
Todos hemos oído sobre jefes de cocina que pegan empujones, gritos o pisotones para hacerse valer. No es algo exclusivo de la hostelería, pero es cierto que la organización marcial, que ha existido hasta hace poco, facilitaba este tipo de abusos.

Cuando pesas 100kg puedes encontrar un plan B a esas situaciones, si pesas 60, quizás tengas que encontrar un plan C o D…

Muchos pensaréis que estoy diciendo tonterías, bien, a mí me encerraron en una cámara frigorífica para pegarme cuatro gritos y amedrentarme. No hace tanto, quizás 2008 (nos vamos haciendo mayores pero no tanto).
Qué pasaba por la cabeza de aquel segundo de cocina no lo sé. Sé que si lo hubiera hecho con cualquiera de mis compañeros, hombres todos ellos, le habrían partido la cara. Yo no, menos aún, encerrada en una cámara frigorífica.
He sopesado la idea de qué habría pasado si hubiera sido una mujer la que lo hubiera hecho: ¿le habrían tomado en serio?, ¿lo habría hecho por igual con un hombre o con una mujer?… Cierto tipo de intimidaciones solo pueden hacerse si estás dispuesto a llegar más allá de las palabras.

Existen teorías que explican la visión de la violencia según seas hombre o mujer. Una visión determinista e inamovible me parece poco menos que retrograda, una tan generalista, ya ni entremos… La educación tradicional muchas veces ha impuesto roles en los que la violencia es bien vista y un arma para abrirse camino en la vida.

Estas «estrategias» durante mucho tiempo no se han enseñado a las mujeres y se las ha relegado a comportarse con «sutilezas».

La determinación biológica existe (aunque, hoy en día no sea algo definitivo ni definitorio). Si la violencia supuestamente masculina sólo puede darse con cierta envergadura física, la femenina se ha desarrollado de otras formas y no por ello es menos violencia.

Podemos deducir que en un entorno en el que la mayoría actúa del mismo modo es difícil adaptarse sin jugar con las mismas cartas.

¿Cambiarán las reglas si cambiamos la educación?

¿Se diluirá la violencia sin clasificarse por imposiciones culturales de género?

¿Desaparecerá la violencia en las cocinas? (Por pedir que no quede…)

Hoy en día el liderazgo va ligado a cualidades más allá del físico y las imposiciones, pero siguen existiendo trabas que pueden hacer caer por el camino a más de uno, sea hombre o mujer. Aunque muchas veces salves los obstáculos de los roles y el liderazgo hay cosas que no se pueden cambiar. Parir hijos sólo lo puede hacer una mujer, aunque sólo sea el hecho de parirlos y más allá sea algo compartido.

Antiguamente las mujeres estaban relegadas a negocios familiares en los que se aumentaban los comensales de la familia a los del barrio.

La cantidad de horas de trabajo que exigían los trabajos en restauración por cuenta ajena, más allá de los negocios de barrio, las excluía directamente por ser madres de familia. Y siento deciros que esto sigue sucediendo.

No recuerdo exactamente las fechas, pero si perfectamente el lugar y al entrevistador: «¿Tú no te quedarás embarazada, no?».
Yo debía tener 20 años, me estaban ofreciendo el puesto de una cocinera a la que había que cubrir por baja por maternidad. Y no, yo por aquel entonces ni me planteaba tener hijos y en mi inocencia contesté: «No, claro que no».
Preguntas así invaden la libertad del individuo, sea cual sea su sexo. Lamentablemente aún no hemos llegado al punto en que la sociedad se escandalice, de manera natural, ante una pregunta semejante a un hombre.

Antes de escribir este artículo, he tenido una conversación con Juan, quería saber su opinión, y ambos estamos de acuerdo en que muchas veces el físico cuenta para dar o quitar un puesto de trabajo. No nos meteremos en lo apropiado del tema, cada cual que cobre por lo que considere, pero os voy a explicar otra anécdota para que os hagáis una idea de cómo puede hacer sentir a alguien tal «discriminación», aunque a veces sea «positiva».

Uno de mis últimos trabajos en Barcelona antes de irnos a Londres, era un local en el que trabajaba cómoda y estaba bien pagada. Pensé que no podría avanzar en mi carrera si me quedaba allí y necesitaba seguir formándome. Para pagar la formación y tener otro tipo de experiencia decidí aceptar un puesto en un hotel.
Me habían encargado los desayunos del hotel, que según me habían dicho, se hacían de cara al público, atendiendo directamente a los clientes.

Yo podía defenderme en algunos idiomas y tenía algo de experiencia como cocinera. No había pensado que tenía 20 años y era más «agradable a la vista» que el resto de cocineros que había en el sótano. Lo supe cuando el día antes de la inauguración me pidieron que me pusiera «mona».

No volví, no inauguré nada. Estaba allí creyendo que avanzaba en mi carrera, pero no, estaba por ser cocinera y ser mujer. Si hubiera tenido hijos y un alquiler que pagar me habría tenido que tragar el orgullo y la dignidad y quedarme. Por suerte no los tenía y pude decidir no volver.

¿Qué pesaba más: que fuera mujer y joven o que mi formación encajase en el puesto?

Sé que hay quien utiliza ser mujer o hombre, tener tetas u otros atributos para encontrar el puesto de sus sueños o subir escalones en su carrera. Que nadie lo niegue, porque todos conocemos a alguien así. En las cocinas también funciona. Si son cimientos sostenibles para una carrera lo decide el tiempo.

Poco después me ofrecieron dar clases de cocina a un grupo de chicos con «problemas». Ni siquiera llegué a conocerles, argumentaron que el puesto requería ser hombre o no «podría con ellos». Pataleé en mi casa.

Cuando decidimos ser una familia, obligatoriamente alguien se tenía que bajar del carro de la hostelería, ¿cómo íbamos a tener hijos trabajando los dos 60 horas a la semana?

Y ahora que nadie me comente nada de ninguna ley antes de haber pasado por una cocina…

¿Me explicáis como se da de mamar a un niño estando 60 horas fuera de casa?, es más ¿me explicáis como se puede ir a recoger al colegio al niño a una hora determinada si nunca sabes cuando va a acabar el servicio? Es posible que con uno de los dos metidos en el ajo funcione, con los dos nosotros lo vimos ingobernable. Es posible que ciertos gobiernos crean que se puede dar de mamar igual en el hemiciclo que delante de un fogón…

Me bajé yo, porque por aquel entonces seguía cobrando menos y mis oportunidades no eran las mismas que las que tenía Juan. Estudié, hice otras cosas, supongo que alguna más «seria» y me quedará la espinita.

A veces ya no hay tiempo de subirse de nuevo al carro. Aunque debo decir que no hay nada que pueda suplir a mi familia, pero sino lo sintiera así sería tremendo.

Muchas mujeres sustentan a sus familias trabajando en cocinas, luchan con todas las dificultades que os he nombrado y probablemente muchas más que desconozco, ya que no todas se bajan del carro como hice yo.

La mayoría quedan relegadas a puestos de cuarto frío, lugares en los que no hay que tener vocación ni de avanzar ni de ascender, simplemente de mantener el sueldo pudiendo compaginar la vida laboral y la personal. También nos queda la opción de meternos en el terreno de la pastelería, ahí pocos se sienten amenazados.

Las que tienen suerte en el camino y las competencias necesarias para andarlo, llegan alto y forman parte de artículos, fotografías y premios en las que las ensalzan por el hecho de ser mujeres.

Otras nunca hacen mención a hechos evidentes como ser mujer.